El gran fiasco de las medidas del Gobierno contra la obesidad

La obesidad es un grave problema de salud pública que conduce a enfermedades crónicas como la diabetes, la enfermedad cardiovascular y algunos tipos de cáncer. Sanidad anunció, el pasado Noviembre del 2018, a bombo y platillo acciones contra la obesidad que no son nuevas y deberían haberse implantado hace años. Y otras, como el etiquetado con Nutriscore, que ni siquiera serán obligatorias por ahora.

El ministerio de Sanidad anunció el pasado Noviembre, cuatro medidas para reforzar la lucha contra la obesidad. Según la nota de prensa del propio ministerio, estas medidas fueron:

  1. Implantar el etiquetado frontal conocido como Nutriscore para aportar mejor información a los consumidores sobre alimentos y bebidas.
  2. Instaurar medidas en colegios e institutos para impedir la venta de alimentos y bebidas con alto contenido en azúcar, ácidos grasos saturados y trans, sal y calorías.  Tenemos que recordar que la Ley de Seguridad Alimentaria y Nutrición de 2011 ya recogía estas cuestiones.
  3. Limitar la publicidad de los alimentos poco saludables dirigida a menores de 15 años.
  4. Desarrollar guías sobre las contrataciones públicas de menús, cátering y máquinas de vending para impedir la presencia de alimentos no saludables en instituciones o centros públicos.

Estas acciones ya estaban planificadas desde 2011. En concreto nada nuevo. Todo muy bonito si no fuera porque las tres últimas medidas ya deberían estar hace años -incluso lustros- instauradas, delimitadas y desarrolladas respectivamente, o al menos así lo dice nuestra legislación. Es decir, el ministerio anuncia que se van a implementar medidas sobre las que ya se reguló de forma idéntica hace entre siete -edad de nuestra Ley de Seguridad Alimentaria y Nutrición- y 13 años (que es la edad del desafortunado Código PAOS).

Sobre limitar la publicidad de los alimentos poco saludables mediante el Código PAOS de autorregulación de publicidad, es preciso hacer notar que el famoso Código PAOS es la peor imagen internacional de nuestra lucha institucional contra la desinformación publicitaria de la industria alimentaria. Este Código de 2005, además de estar redactado por la propia industria, también es de adhesión voluntaria: el que quiera se adhiere y “lo cumple”, y el que no, no. Lo más triste de todo es que incluso los que se adhieren no lo cumplen en su mayor parte.

El lío con el etiquetado frontal: el Nutriscore

El código Nutriscore consiste en un gráfico con coloración gradual del verde al rojo en cinco niveles al estilo de un semáforo. Cada producto destacará el color que le corresponda en función de su contenido en azúcares, grasas saturadas, sal, calorías, fibra y proteínas. Los colores verdes identificarán los alimentos más saludables y los rojos, los de menor calidad nutricional.

Respecto a la implantación del etiquetado frontal en forma de Nutriscore, es una decisión que así enunciada suena a obligatoria, y nos hace pensar que, a partir de un corto espacio de tiempo, todos los productos susceptibles de condecorarse con esta herramienta van a lucirlo. Y que todo ello, claro, va a ser gracias a nuestro ministerio. Pero nada de eso es cierto.

Nos remontamos hasta 2011 para encontrar el germen de esta patraña: en ese año se publicó el RE 1169/2011 sobre la información alimentaria facilitada al consumidor. Pues bien, en su artículo 35 apartado 5 se menciona que: “A más tardar el 13 de diciembre de 2017, se presentará un informe al Parlamento Europeo. Estamos a finales del 2018, y la mencionada información aún no ha sido presentada.

Es decir, que es en este momento cuando se están evaluando las distintas posibilidades que hay para implementar el etiquetado frontal, ya sea con semáforos, con el Nutriscore o con señales de humo. El legislador quiere que los alimentos de todos los países de la Unión Europea usen un mismo sistema de etiquetado. De este modo es fácil comprender que España, como estado de la UE, no va a implantar el Nutriscore ni nada de eso, al menos de momento; por mucho que lo diga el ministerio. Su uso -o no uso- actualmente es voluntario, al menos hasta que el Parlamento Europeo nos diga qué debemos hacer todos.

La idoneidad del Nutriscore

En general, el Nutriscore es el segundo menos malo de todos los sistemas conocidos para cumplir, si llega, con el etiquetado frontal. En esencia, persigue que el consumidor obtenga una única lectura al respecto del valor nutricional de un producto usando cinco letras que van de la “A” -la más favorecedora de las calificaciones- a la “E” -la menos- y cinco códigos de colores (verde oscuro A; verde claro B; amarillo C; naranja D y rojo E) con los que se hará una lectura totalizadora del valor nutricional de ese producto.

Para llegar a obtener cada calificación con su correspondiente color, se usa un algoritmo que pondera como negativas algunas características presentes en el alimento -energía total, azúcares, grasas saturadas y sodio- y como positivas la presencia de otras (fibra, proteína e ingredientes a partir de frutas y verduras). Siempre por 100 gramos de producto, no por ración. Con todas estas puntuaciones parciales se obtiene una nota final que se traduce en los correspondientes colores y letras.

Aunque el etiquetado frontal será decisivo para elegir bien entre los productos envasados, el consumidor no debe olvidar que la opción más saludable siempre pasa por los alimentos frescos y naturales como frutas, verduras, legumbres, frutos secos, aceite de oliva… Por lo tanto, no hay que caer en el error de centrar la dieta en los alimentos con símbolos verdes”.

El lío político de la prevención de la obesidad

Para terminar este apartado, tiene gracia que todas estas no-novedades sean anunciadas en el marco de la XI entrega de premios de la Estrategia NAOS, un plan que vio la luz en 2005 y recibió entonces el aplauso de la comunidad internacional. A día de hoy y tras 13 años de trayectoria sus resultados en el terreno de la obesidad infantil no sabemos ni si existen. Sin embargo, hemos visto entregar premios y distinciones a aquella industria alimentaria cuyo centro de negocio no se reconoce precisamente como saludable.

Una carta publicada en la revista Lancet señalaba que la industria alimentaria continúa gobernando las políticas de alimentación y de obesidad entre bastidores y concluía que mientras esto siga ocurriendo, es ilusorio esperar que nuestra alimentación mejore o que nuestras cifras de enfermedades crónicas relacionadas con la obesidad disminuyan.

Datos de Obesidad

La tasa de obesidad se ha duplicado en España en las últimas dos décadas y continua al alza. Un 53% de la población adulta está por encima de su peso -un 36% sobrepeso y un 17% obesidad-. En el caso de los niños, el 12% padece sobrepeso y el 14% obesidad. Se estima que la obesidad es responsable del 7% del gasto sanitario total. El exceso de peso siempre va asociado al riesgo de desarrollar otras patologías como diabetes, hipercolesterolemia, hipertensión, enfermedad cardiovascular o determinados tipos de cáncer, y por tanto, a requerir más atención sanitaria.

Según datos recientes, España es el segundo país de Europa con más casos de obesidad y sobrepeso por detrás del Reino Unido. En resumen, dada la alta incidencia de obesidad infantil y las consecuencias a nivel psicosocial, de autoestima, rendimiento académico y una mayor tasa de mortalidad, se hace necesario analizar las medidas que resultan efectivas para el tratamiento de este sobrepeso. La evidencia indica que la terapia combinada de dieta, comportamiento y ejercicio es la más efectiva para disminuir la carga de sobrepeso. Y lo importante es que cualquier pérdida de peso, por pequeña que sea, reduce el riesgo de contraer alguna de las enfermedades asociadas.

 

Fuente: Adaptado de El País 15/XI/2018. Fundación HF