Pandemia por COVID-19: Necesitamos una actuación urgente
España supera el millón de casos confirmados de coronavirus. Y la pandemia por COVID-19 ha infectado a más de 45 millones de personas en todo el mundo, con más de 1.200.000 muertes registradas por la OMS a mediados de octubre de 2020. La segunda oleada de COVID-19 afecta a España y Europa, y con el invierno acercándose, necesitamos una comunicación clara y estrategias efectivas para combatir los riesgos planteados por la COVID-19, de acuerdo con un consejo científico internacional de expertos.
Una vacuna segura y eficaz representa el arma más poderosa contra el virus, tanto a nivel individual como poblacional, pero no será la única. El uso de mascarillas, el lavado de manos y el distanciamiento social tendrán que continuar durante algún tiempo.
El virus se propaga a través del contacto y la transmisión de largo alcance a través de aerosoles, especialmente en condiciones donde la ventilación es deficiente. Su elevada infectividad combinado con la susceptibilidad de una población que no se ha expuesto a un nuevo virus, crea unas condiciones para una rápida propagación. La tasa de mortalidad por la infección de COVID-19 es varias veces mayor que la gripe estacional y la infección puede llevar a una enfermedad persistente, incluso en jóvenes previamente sanos. No está claro cuánto tiempo dura la inmunidad y como otros coronavirus estacionales es capaz de volver a infectar a las personas que ya han tenido la enfermedad. La transmisión del virus puede ser mitigada a través del distanciamiento, el uso de revestimientos faciales, la higiene de las manos y las vías respiratorias, y evitando las aglomeraciones y los espacios mal ventilados. Las pruebas de detección rápida, el rastreo de contactos y el aislamiento también son fundamentales para el control de la transmisión. La OMS ha estado recomendando estas medidas desde principios de la pandemia.
En la fase inicial de la pandemia, muchos países implantaron confinamientos generales a la población, incluyendo la recomendación de quedarse en casa y trabajar desde casa siempre que sea posible para frenar la rápida propagación del virus. Esto fue esencial para reducir la mortalidad, evitar que los servicios de salud se colapsaran y ganar tiempo para establecer sistemas de respuesta a la pandemia para evitar la transmisión. Aunque los cierres han sido nocivos, afectando a la salud mental y física y perjudicando a la economía, estos efectos han sido peores en los países que no fueron capaces de utilizar el tiempo durante y después del cierre para establecer sistemas eficaces de control de la pandemia, como potenciar el sistema sanitario y aumentar el número de rastreadores. En ausencia de disposiciones adecuadas para gestionar la pandemia y sus impactos en la sociedad, estos países se han enfrentado a continuas restricciones.
Esto ha llevado a una desmoralización generalizada de la población y a una disminución de la confianza. La llegada de una segunda ola y la realización de los retos que se avecinan han llevado a renovar el interés por la llamada inmunidad de rebaño, enfoque que sugiere permitir un gran brote incontrolado en la población más joven y de bajo riesgo, protegiendo al mismo tiempo a los más vulnerables. Sin embargo, esta aproximación es una falacia peligrosa no apoyada por la evidencia científica y que además, causaría un importante peaje de sufrimiento y muerte.
Cualquier estrategia de gestión de la pandemia confiando en la inmunidad originada por la infección natural de COVID-19 es defectuosa. La transmisión incontrolada en las personas más jóvenes corre el riesgo de una mayor mortalidad en toda la población. Además del coste humano, esto afectaría al empleo y a la economía en su conjunto y produciría una saturación de los sistemas de atención médica, necesarios también para proporcionar los cuidados médicos necesarios de rutina. Además, está la carga sobre los trabajadores sanitarios, muchos de los cuales han fallecido por la COVID-19 o han presentado problemas psicológicos como resultado de tener que practicar una “medicina de emergencia”. Por otra parte, definir quien es vulnerable es complejo, pero incluso si consideramos a aquellos en riesgo de enfermedades graves, la proporción de las personas vulnerables se sitúa hasta en el 30% de la población en algunas regiones. El aislamiento prolongado de grandes franjas de la población es prácticamente imposible y no ético. La evidencia empírica de muchos países muestra que no es factible el restringir los brotes a sectores particulares de la Sociedad.
Este enfoque también corre el riesgo de aumentar aún más las inequidades y discriminaciones estructurales puestas al descubierto por la pandemia. Los esfuerzos para proteger a los más vulnerables son esenciales, pero deben ir de la mano de estrategias a nivel poblacional.
Una vez más, nos enfrentamos a la rápida aceleración en el aumento de los casos de COVID-19 en gran parte de Europa, Estados Unidos, Latinoamérica y muchos otros países en todo el mundo. Es fundamental actuar con decisión y con urgencia. Medidas eficaces para suprimir y controlar la transmisión deben aplicarse ampliamente, y deben ser apoyadas por programas sociales que fomenten respuestas de la comunidad, así como abordar las inequidades que se han amplificado por la pandemia. Las restricciones probablemente serán necesarias en el corto plazo para reducir la transmisión y prevenir futuros confinamientos. El propósito de estas restricciones es disminuir la infección por COVID-19 a unos niveles que permitan la detección rápida de los brotes a través de eficientes sistemas de rastreo, aislamiento y apoyo social para que la vida pueda volver a la normalidad sin necesidad de restricciones generalizadas. Proteger nuestras economías y evitar la incertidumbre a largo plazo está ligado al control de la Covid-19.
La situación en algunos países han demostrado que las respuestas sólidas de salud pública pueden controlar la transmisión, permitiendo que la vida pueda volver, casi, a la normalidad. La evidencia es muy clara: controlar la difusión comunitaria de la COVID-19 es la mejor manera de proteger nuestras sociedades y las economías hasta que encontremos en los próximos meses vacunas y terapias eficaces que sean seguras. No podemos permitirnos distracciones que socaven una respuesta eficaz. Es esencial que actuemos con urgencia en base a los datos aportados por la evidencia.
Fuente: Adaptado de The Lancet Octubre 2020
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